¿Dónde está San Borondón?. Una isla de ida y vuelta

Si hablamos de la isla de San Borondón, pocos serán los que sepan a cuál nos referimos, salvo quiénes habiten en las Canarias. E incluso entre éstos hallaremos escasas personas que tengan algo más que lejanas referencias de ella. Es normal. Se debe a que nadie la ha visto.

Mapa del noroeste de África, de Delisle, donde aparece San Borondón

En efecto, existe una leyenda popular en aquél archipiélago que habla sobre una isla que aparece y desaparece a la que se denomina San Borondón, por relacionarla con el legendario viaje de San Brandán de Confert. Curiosamente, fue descrita con precisión por el ingeniero Leonardo Torriani en el siglo XVI, no sólo en cuanto a su ubicación, sino incluso en lo referente a sus medidas. Según él, se halla a unos quinientos cincuenta kilómetros al noroeste de la isla del Hierro y a doscientos veinte suroeste de la de La Palma. Sus dimensiones son nada menos que de cuatrocientos ochenta kilómetros de largo por ciento cincuenta y cinco de ancho -¡cómo para no encontrarla!-.
Hasta se atreve Torriani a describirla: por sus extremos se elevan dos montañas y entre ellas se forma una fuerte concavidad, y va aún más lejos, al señalar que la elevación más pronunciada es la situada al norte.
Pero no fue sólo este ingeniero el que se aventuró a creer en su existencia. Hay numerosos mapas a lo largo del tiempo en los que aparece: el Mapamundi de Vitro, realizado en el siglo XIII, el Mapa genovés de Beccari, de 1435, el Mapa del noroeste de África, de Guillermo Delisle o la Carta geográfica de Gautier son sólo algunos ejemplos. Y un sin fin de testigos afirman haberla visto.
Incluso se organizaron expediciones para encontrarla y no por personajes cualesquiera: uno de los que lo hizo fue Fernando de Viseu, sobrino del Infante de Portugal don Enrique el Navegante. Y hasta Cristóbal Colón alude en sus diarios a un hombre que conoció y que afirmaba haberla visto.

                      Una vista de la cercana -en teoría- isla de La Palma

Pero, mucho nos tememos que no deja de ser una leyenda, aunque, eso sí, hermosa. Es absurdo pensar que, a estas alturas, en que poseemos rádares, escáneres, satélites y todo tipo de adelantos que nos permiten ver el mundo incluso desde el espacio un islote de esas dimensiones pueda pasar desapercibido. Además, era habitual en los mapas antiguos la presencia de islas cuasi mitológicas e incluso de archipiélagos –Antilia, Siete Ciudades, etc-.
La única explicación plausible es que se trate de un efecto óptico provocado por la acumulación de nubes en el horizonte o, simplemente, nos encontremos ante un fenómeno de espejismo.

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