El increíble viaje del navío "Glorioso"

Estamos en 1747, en la que muchos navíos de línea españoles hacían las labores de "autobuses de línea", es decir: transportar tropas o caudales desde América hacia España. Uno de estos buques era el nombrado Glorioso (nombre en consonancia con el destino que le aguardaba). Un navío de 70 cañones que llevaba a bordo más de 4 millones de pesos y que estaba mandado por el capitán de navío don Pedro Mesía de la Cerda.

El Glorioso no tuvo ninguna novedad en su navegación hasta que el 25 de julio, por las Azores, se tropezó con un convoy británico que tenía como escolta al navío Warwick, de 60 cañones, y a la fragata Lark de 44. Los comandantes británicos siempre tenían en mente que si daban con un gran buque español navegando en solitario por el Atlántico había muchas posibilidades de que llevase un gran tesoro a bordo y eso quería decir que si lograban apresarlo representaría la fortuna de esos capitanes y su paso a una mejor vida de ricachón en vez de estar metidos en un cascarón de mala muerte. De ahí que no se lo pensaran y automáticamente al ver al Glorioso se lanzaran en pos de aquel aún sabiendo que este tenía 70 buenas razones para recapacitar un poco.

Navío "Glorioso", del porte de 70 cañones, en 1747


De la Cerda tenía una misión: llevar, fuese como fuese, el tesoro a España y a pesar de que su navío era más potente no podía quedarse a batallar porque eso le podría dejar muy tocado para hacer frente a otros hipotéticos buques enemigos que se encontrase después (como pasó). Así que inició la huida. El Warwick y la Lark atacaron al navío español, pero a pesar de hacerle muchos daños, sobre todo en el aparejo y velamen, no consiguieron detenerle. Por contra el Glorioso les había endosado una buena ración de hierro colado, sobre todo al navío británico que se quedó desmantelado teniendo que pedir ayuda a la fragata. Sus capitanes se las verían en consejo de guerra.

El Glorioso arregló como pudo sus averías y a la altura de Finisterre se encontró con un escuadrón británico del almirante Byng. Eran un navío de 60 cañones y dos fragatas bien armadas que se lanzaron en su persecución. De nuevo el Glorioso salió del trance tras rechazarlos. Entró en el puerto gallego de Corcubión el 16 de agosto para arreglar los desperfectos y dejar allí el tesoro. La misión había sido cumplida.

Pero la cosa no acabó ahí. El Glorioso zarpó de nuevo y puso rumbo a su base de Cádiz. Pero a la altura del cabo de San Vicente, el 19 de octubre, se encontró con una potentes fragatas corsarias inglesas, que pertenecían a una agrupación muy famosa en su país. Tras ellas se animaron a la caza otra escuadra de Byng, entre los que se encontraban el navío Russel de 80 cañones y el Darmouth de 60. Todos ellos se creían que el buque español llevaba todavía un tesoro. Pero a bordo no quedaba más que la calderilla que llevaban los marineros en los pantalones. Si lo hubieran sabido los británicos no habrían corrido tanto.

Para los del Glorioso no había otra: no se podía hacer otra cosa que salir de allí al ser perseguidos por tal cantidad de bajeles. Las fragatas corsarias, que eran de más andar, lo alcanzaron y se empezó un horroroso fuego cruzado que dejó a la King George y a la Prince Frederick desmanteladas e incapaces de seguirlo. El navío Darmouth, también de más andar que el Glorioso, lo terminó de alcanzar y comenzó el enésimo combate para los españoles. En un momento dado el navío británico acabó explotando de manera sobrecogedora y hundiéndose en las aguas atlánticas, mientras que el Glorioso continuaba su azaroso viaje. Del desgraciado navío enemigo sólo se lograron rescatar a 14 hombres.

Y por fin, después de tantas averías, el Russel le alcanzó sin problemas. Pero este combate duró poco porque el Glorioso literalmente había acabado con todas sus municiones, después de tantos combates sus cañones se vieron obligados a quedar en silencio para siempre. Así que su comandante, para evitar una masacre y sin posibilidad de escapar, rindió su buque con 33 muertos y 130 heridos en sus destrozadas cubiertas. Sus exhaustos hombres ya habían tenido suficiente como para exigirles más.

Los británicos se quedaron atónitos por lo que les había costado rendir un solo buque y todo para ver que no había ningún tesoro a bordo. Además vieron que el Glorioso estaba en tan malas condiciones que no merecía la pena el esfuerzo de ponerlo en servicio en su marina, así que lo entraron en Lisboa, donde tuvo que ser finalmente desguazado. En España fueron recompensados los tripulantes de tan heroico navío y su comandante ascendido. Se había perdido un navío, pero hay que tener en cuenta que con los 4 millones de pesos que se lograron desembarcar se podía pagar la construcción de una docena de ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario