Cambises y su ejército perdido

“...las tropas que habían sido enviadas para atacar a los amonios, después de haber partido de Tebas, poniéndose en camino con unos guías, llegaron, sin ningún género de dudas, a la ciudad de Oasis (la actual Kharga), ciudad que ocupan unos samios que, según cuentan, pertenecen a la tribu Escrionia y que distan de Tebas siete jornadas de camino a través de una zona desértica (...) Según cuentan, hasta ese lugar llegó, pues, el ejército; pero, a partir de allí, a excepción de los propios amonios y de quienes se lo han oído contar a estos últimos, nadie más sabe decir nada sobre su suerte, pues las tropas no llegaron al territorio de los amonios ni regresaron a su punto de partida. En concreto, la versión que, a título personal, dan los amonios es la siguiente: resulta que, cuando, desde la mencionada ciudad de Oasis (Kharga), se dirigían contra ellos a través del desierto y estaban, más o menos, a mitad de camino entre su país y Oasis, se desató sobre los persas, mientras estaban tomando almuerzo, un viento del sur sumamente violento, que, arrastrando torbellinos de arena, los sepultó, y así fue como desaparecieron”.

Heródoto, Historia, Libro tercero

Cambises II fue un rey persa de la dinastía de los Aqueménidas y reinó entre los años 528 y 521 A.C.

Cambises decidió conquistar Egipto ya que era el único pais que quedaba por ser conquistado tras la dominación de su padre, Ciro I El Grande, de los reinos asiáticos hasta entonces conocidos.

Egipto por aquel entonces no era rival para Persia.

En el 525 A.C., el ejército persa cruzó el  desierto por el Sinaí y tras una batalla en la frontera oriental de Egipto, puso sitio a Menfis donde se había recluído el faraón Psamético.

Los persas capturaron la ciudad y atraparon a Psamético poco después, el cual fue llevado a Susa donde según se dice fue tratado relativamente bien.

Pasado un tiempo Psamético empezó a tramar una rebelión contra Cambises pero fue descubierto y fue forzado a beber sangre de toro hasta morir.

Cambises una vez terminada su conquista, oyó hablar de un oráculo que había vaticinado un trágico final para el monarca y el fin de su reinado en Egipto.

El oráculo era una estatua del dios Amón que se encontrata en el oásis de Siwa en mitad del desierto. La estatua era transportada en una barca dorada y su cabeza era movida afirmativa o negativamente según la pregunta que se le hacía. Por supuesto las respuestas eran sabiamente interpretadas por los sacerdotes.

Cambises hizo honor a su fama de sanginario, además de déspota y sacrílego y se rió del oráculo y mandó un ejército de 50.000 hombres, lo mejor de su infantería, para destruir a los habitantes de Siwa, ejército que jamás llegarían a su destino debido a que el propio dios Amón vino desde su reino celestial para aplastarlos.

Como relata Heródoto, una tormenta de arena sepultó al ejército que desapareció para siempre.

Este es un hecho que se ha convertido en leyenda, sin saber con seguridad si se produjo verdaderamente esta desaparición en el desierto del ejército persa de Cambises.

Han sido muchos los intentos a lo largo de la historia por descubrir y desenterrar los restos de este ejército perdido, pero han sido infructuosos.

Hay algunas fuentes que no dan mucha fiabilidad a Herodoto y de por si, que un ejército entero persa se perdiese es raro ya que estaban acostumbrados y tenían experiencia en el desierto, habiendo atravesado los desiertos árabes para llegar a Egipto y además parece que contaban con la ayuda de pueblos nómadas.

Puede ser también que los propios guías engañasen a los persas. Cambises no era muy popular, se encargó de engrandecer su fama de déspota y sanguinario ultrajando la momia de Amasis (padre del faraón Psamético) y apuñaló con su propia mano al sagrado buey Apis (representación animal del dios Osiris).

El caso es que toda esta historia pertenece a la categoría de leyenda, que con el tiempo mientras no se descubran los restos y se atestigüe su veracidad, pasará a considerarse en mito.